El templo, en su sentido más simbólico, representa el orden, la autoridad y las creencias que estructuran una sociedad, independientemente de si uno cree o no su doctrina a nivel personal. Sus puertas, por tanto, son el umbral entre lo sagrado y lo profano, entre lo oculto y lo revelado. Cuando estas puertas caen, lo que se desvela es la fragilidad de los sistemas que creíamos inquebrantables. Y ante esa imagen nos encontramos. Estamos ante la caída de las puertas del templo, es decir, la ritualización de la violencia, la manipulación mediática sin complejos y el uso del poder tecnológico para redefinir la realidad.
En términos straussianos, el templo representa ese orden teológico-político que da sentido a la comunidad. Cuando sus puertas caen, no se destruye solo una estructura, sino el principio mismo que sostiene la legitimidad del poder. La tecnocracia actual intenta sustituir ese fundamento trascendente por la autoridad de los datos. Autores como Nick Land han descrito este tránsito como la llegada de una Ilustración oscura, es decir, la fusión del capital, la técnica y la biopolítica en un poder que ya no necesita legitimarse, solo optimizarse.
El mecanismo para avanzar hacia la tecnocracia es la necesidad de acelerar la concentración de poder, debilitar a la disidencia a través de la conmoción social y así justificar una mayor vigilancia. El asesinato de un alto perfil, como Charlie Kirk —que en el fondo era disidencia controlada, aunque incómoda—, representa el chivo expiatorio. En la película Snake Eyes (1999), un congresista llamado Charlie Kirkland —nombre casi idéntico al de Kirk— es asesinado de manera similar: un francotirador le dispara en el cuello y su sangre se derrama de forma casi idéntica. A este paralelismo se le llama “programación predictiva”, un concepto que sugiere que ciertos eventos son “anunciados” en la cultura popular años antes de ocurrir. Como advirtió René Girard, toda comunidad se funda sobre la violencia ritualizada en donde el chivo expiatorio permite descargar sobre una víctima única las tensiones del grupo y restablecer un falso orden. El asesinato de Charlie Kirk —como el de su doble ficticio en Snake Eyes— cumple esa función para de esta forma canalizar la ansiedad social y purificar el sistema mientras refuerza la autoridad de quienes lo dominan.
Si el asesinato de Kirk puede leerse como un ritual simbólico, la cobertura del genocidio en Gaza es su equivalente masivo y televisado. La violencia en Gaza no es solo un conflicto geopolítico; es un espectáculo mediático donde el sufrimiento se transmite en tiempo real, pero se consume como un producto más. Las imágenes de destrucción y muerte se repiten en bucle, desensibilizando a la audiencia y convirtiendo el dolor en un elemento más de la narrativa global. Como señalaron Theodor Adorno y, décadas después, Mark Fisher, el capitalismo convierte incluso el dolor en mercancía. La retransmisión constante de la muerte en Gaza revela la integración total del sufrimiento en la economía de la atención, convirtiendo la tragedia en contenido. Del mismo modo, el asesinato televisado de Iryna Zarutska forma, junto con los dos asesinatos y masacres anteriores, un triángulo de violencia con el que nos mandan un mensaje claro: se acabó.
Ante esto, quienes se benefician son los que pretenden imponer una Ilustración oscura, una respuesta a la globalización liberal que todo lo disuelve. Uno de los beneficiados es Palantir, la mayor empresa de reconocimiento facial del mundo, con Peter Thiel en sus mandos. No es casual que Peter Thiel, discípulo de Girard y de Leo Strauss, haya trasladado la lógica del sacrificio al ámbito tecnológico. Este es su modelo a imponer.
Hacia ese modelo de imperialismo depredador, en términos del filósofo español Gustavo Bueno, nos dirigimos. Sin embargo, no se puede entender todo esto sin el empuje que está teniendo la idea y el deseo de fundar el gran mito de los defensores del Gran Israel: refundar el Tercer Templo en la Tierra. ¿Por qué? Porque tanto Palantir como el resto de grandes empresas tecnológicas —Oracle, Meta u OpenAI— son firmes financiadores del Estado de Israel.
Mediante la lógica del sacrificio del chivo expiatorio comienza, si nada lo detiene, el verdadero gobierno de Trump y de quienes están detrás, que son los que de verdad están constituyendo el nuevo orden mundial. La víctima sacrificial viene a renovar el ciclo, y quien ayer gobernaba, ahora ya no.
En definitiva, lo que nos viene a decir Peter Thiel, y el resto de Silicon Valley, es que ha llegado el fin de la política y se va a imponer la tecnocracia.