lunes, 20 de octubre de 2025

Contra la polarización utilitarista de la izquierda indefinida

La polarización que vivimos no es un fenómeno aislado, sino el síntoma de la decadencia de una época, ese Kali Yuga que el hinduismo describe como la . En este contexto, si la izquierda —tradicionalmente portadora de un discurso radical basado en la lucha de clases— participa activamente de esta polarización utilitarista (entendida como la instrumentalización de los conflictos sociales para obtener rédito electoral o mediático, sin voluntad de transformación estructural) lo que observamos no es una simple desviación, sino una rendición: una izquierda que, al renunciar a sus postulados esenciales, no solo ha perdido el rumbo, sino que transita en la confusión.

Lo que hoy llamamos "polarización" no es, en realidad, un conflicto espontáneo, sino el resultado de un proceso histórico en el que la izquierda, al abandonar su tradición de lucha de clases, se ha sumergido en una . Este giro responde a una estrategia de neutralización del conflicto real —aquel que enfrenta al capital y al trabajo— y su sustitución por una guerra cultural estéril, ruidosa pero incapaz de transformar las estructuras de poder.

En este sentido, el filósofo esloveno Slavoj Zizek ha señalado repetidamente que el capitalismo global no solo tolera, sino que integra y fomenta las demandas identitarias, siempre que estas no cuestionen la lógica del mercado. En El año que soñamos peligrosamente (2012), Zizek advierte que el multiculturalismo y la política de la identidad funcionan como un nuevo “opio del pueblo” posmoderno, al ofrecer una ilusión de emancipación dentro de un sistema que permanece intacto. De manera convergente, Nancy Fraser, en ¿Redistribución o reconocimiento? (1995), sostiene que la izquierda contemporánea ha sustituido la lucha por la redistribución material por una política del reconocimiento, donde la diferencia cultural se celebra sin alterar las estructuras económicas que la producen. Así, la obsesión por la identidad se convierte en una forma de adaptación ideológica, que naturaliza la desigualdad bajo el discurso legitimador de la diversidad. 

Un ejemplo claro de este debate lo encontramos en España, donde el periodista Daniel Bernabé ya advirtió en La trampa de la diversidad sobre los riesgos de reducir la lucha social a un mercado de identidades. Su libro, que causó un gran revuelo en el seno de lo que Gustavo Bueno denominaría "". Por su parte, Mark Fisher describió en Capitalist Realism cómo el neoliberalismo logró imponer la idea de que "", y cómo la izquierda, en lugar de desmontar este mito, se refugió en batallas culturales que son insuficientes para cambiar las estructuras de poder. La polarización actual, lejos de ser un síntoma de vitalidad democrática, es el resultado de esta rendición. Además, también desde España, y a través de las coordenadas de la tradición sapiencial, inspirado en René Guénon, Julius Evola o Ernst Jünger, el historiador Gonzalo Rodríguez García identificaría el nihilismo actual de la obsesión identitaria no solo como un error de una izquierda, sino una manifestación de la 

En este escenario, la izquierda ha permitido que la lógica del capital —que todo lo reduce a mercancía, incluso las reivindicaciones legítimas— invada el espacio de lo político, lo cultural e incluso de la propia persona. Como en Shiosai (El rumor del oleaje), la novela de Yukio Mishima, los personajes son arrastrados por un oleaje que no comprenden. La modernidad occidental, representada por la urbanización, el turismo y la pérdida de los rituales ancestrales, corrompe la pureza de una comunidad hasta entonces orgánica. Lo que comienza como una historia de amor juvenil se convierte en una alegoría de la ; y el mar, símbolo de lo eterno y lo sagrado, es ahogado por el ruido de los motores, las radios y las promesas vacías del progreso.

La llamada cultura popular refleja este proceso con crudeza. Series como The Wire muestran cómo las instituciones —policía, escuelas, medios— no solo reproducen la desigualdad de clase, sino que cooptan las luchas identitarias, convirtiéndolas en valores de cambio dentro del sistema. En la película Parásitos, Bong Joon-ho expresa este análisis a través de la competición entre los pobres por servir a los ricos, en lugar de superar su individualismo hacia un cambio profundo del sistema. La película es una metáfora perfecta de la izquierda indefinida actual, atrapada en disputas internas, incapaz de articular un proyecto común.

Ante este panorama, la polarización no es más que un instrumento utilitario, una herramienta para obtener rédito político sin transformaciones profundas, como en El Gatopardo de Luchino Visconti, donde todo cambia para que todo siga igual. Frente a la renuncia de la izquierda indefinida —que abraza el espectáculo de la polarización y renuncia a la lucha de clases—, hay que cabalgar el caos que promueve. Para ello, debemos comenzar por nosotros mismos. No participar del espectáculo decadente de la polarización que nos promueven. Tratar de orientar nuestra vida hacia la lucha por cambiar el imaginario. Y desde el propio ser, y desde la metafísica quien así lo considere, buscar lo sagrado en lo colectivo. Practicar la dignidad de la abstención, pero siendo activos en la lucha por ese imaginario común para el fin de la explotación de la clase trabajadora.