jueves, 23 de octubre de 2025

Estado-Civilización como insubordinación fundante para los desafíos del siglo XXI

El siglo XXI nos muestra que los viejos esquemas de liberación nacional ya no alcanzan. Los movimientos anticoloniales que definieron el siglo XX, salvo en África donde muchos países continúan arrastrando el colonialismo, por ejemplo, francés, con sus consignas de independencia y soberanía formal, han perdido fuerza frente a un mundo donde el verdadero poder no se mide solo bajo la concepción del Estado-Nación moderno, sino en la capacidad de construir un proyecto de Estado-Civilización. Aquí es donde la teoría de la insubordinación fundante, desarrollada por Marcelo Gullo, se convierte en una herramienta esencial para entender —y transformar— la realidad de los Estados periféricos, para aspirar a un umbral de poder capaz de desafiar el imperialismo dominante, que corresponde al imperialismo depredador anglosajón.

Gullo, en La insubordinación fundante: Breve historia de la construcción del poder de las naciones, desmonta el mito de que el desarrollo es un regalo del sistema internacional. Su tesis se fundamenta en que solo aquellos pueblos capaces de combinar una insubordinación ideológica —romper con los relatos que justifican su subordinación— junto con un impulso estatal —políticas concretas de autonomía económica, cultural y política— logran trascender su condición periférica.

No se trata de esperar concesiones, legitimidad o reconocimiento internacional, sino de construir las condiciones materiales e intelectuales que hagan posible una soberanía real.

La insubordinación ideológica es un acto de resistencia que permite a los pueblos construir un relato propio y cuestionar las estructuras de poder establecidas. Sin embargo, esta claridad por sí sola no es suficiente. Se necesita del impulso estatal, de políticas concretas que materialicen esa rebeldía en acciones tangibles: nacionalizaciones, soberanía monetaria, alianzas estratégicas.

La obra de Marcelo Gullo analiza ejemplos históricos que ilustran cómo esta combinación de insubordinación ideológica e impulso estatal ha funcionado. China, con su revolución de 1949 y su modelo de desarrollo autónomo; Cuba, con su resistencia al bloqueo estadounidense; Argentina, con el peronismo y su política de "tercera posición". Estos casos muestran la posibilidad fáctica y tangible de  construir poder desde la periferia.

El proyecto de un Estado-Civilización tropieza con la paradoja fundamental de la . La autodeterminación, cuando se absolutiza como fin en sí misma, se convierte en el solapado enemigo de la soberanía colectiva. No se trata de negar las diferencias, sino de comprender que su verdadero sentido solo se realiza dentro de un , sino que se integra en una totalidad más amplia.

En este sentido, la autodeterminación solo adquiere su pleno significado cuando se inscribe en un marco más amplio de soberanía colectiva. Es decir, cuando trasciende a su propio hacia un proyecto compartido, la totalidad.

El autor y filósofo español Gustavo Bueno, con su crítica a la , nos advierte que la soberanía no es un concepto abstracto, sino la condición material para que un pueblo sea dueño de su destino. Su defensa de la identidad nacional no es un anacronismo, sino un recordatorio de que sin Estado fuerte no hay civilización que valga. Es decir, la singularidad de esa identidad nacional y un Estado fuerte es necesaria para la totalidad de un proyecto civilizatorio como es el Estado-Civilización. Las singularidades deben, sin renunciar a su yo, integrarse en un frente común, una totalidad más amplia. 

El Estado-Civilización es la respuesta en el siglo XXI a los bloques políticos civilizatorios que surgen. China, el imperio anglosajón con EEUU a la cabeza y Rusia. Bajo la cosmovisión hispana, este enfoque se relaciona con proyectos geopolíticos contemporáneos como la Iberofonía, que busca redefinir las relaciones entre España y América Latina, y otros países, desde una perspectiva crítica y autónoma. La Iberofonía surge como un concepto geopolítico que cuestiona el orden internacional liberal y promueve soluciones funcionales a las necesidades de los países involucrados desde una horizontalidad de sus relaciones. 

España debe redefinir sus relaciones de subordinación con Europa (recuerden los PIGS y la desindustrialización) así como las relaciones con América Latina (Hispanoamérica) y otros países con los que compartir un bloque civilizatorio y de relaciones que contribuyan al desarrollo de los pueblos y el fin del imperialismo depredador anglosajón.