Para Alain de Benoist, el liberalismo es la ideología fundacional de la modernidad occidental, cuyo principio rector es el individualismo posesivo. Tal y como la define en Crítica del liberalismo este "es una doctrina filosófica, económica y política". Por lo tanto, estamos ante algo más que una teoría económica. Desde otras coordenadas, marxistas, David Harvey desarrolla una crítica al liberalismo a través de la actualización del concepto descrito por Marx la acumulación originaria, mediante la formulación de la acumulación por desposesión como una expropiación violenta de bienes comunes y derechos sociales.
El liberalismo, para De Benoist, reduce al ser humano a un átomo aislado, cuya única relación social significativa es el intercambio mercantil. Lejos de ser una liberación, disuelve los vínculos comunitarios orgánicos -las tradiciones, las culturas populares, las identidades colectivas- y los sustituye por un universalismo abstracto que homogeniza las diferencias. Para llegar ahí, el liberalismo convierte todo en una mercancía: desde los bienes culturales hasta las relaciones humanas. La "diversidad" que propone el liberalismo, según De Benoist, en realidad esconde una uniformización global bajo el patrón de consumo anglosajón.
David Harvey, por su parte, aborda la crítica al liberalismo desde la tradición marxista, centrándose en su expresión contemporánea: el neoliberalismo. En su ensayo El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión, Harvey desarrolla el concepto de acumulación por desposesión como una actualización de la "acumulación originaria" descrita por Marx. Según Harvey, el capitalismo no solo se reproduce mediante la explotación del trabajo en la producción (la reproducción ampliada), sino también mediante la expropiación violenta de bienes comunes y derechos sociales.
En este sentido, para Harvey, el neoliberalismo, lejos de ser la realización del libre mercado ideal, es un proyecto político impulsado por élites —en alianza con el complejo "Wall Street-Reserva Federal-FMI"— para restaurar su poder de clase. Harvey describe cómo, mediante privatizaciones, financiarización, manipulación de crisis y deuda, el capital depredador desposee a poblaciones enteras de sus tierras, recursos naturales, sistemas de pensiones y servicios públicos. Esta dinámica no es marginal, sino estructural al capitalismo contemporáneo, especialmente en periodos de sobreacumulación crónica, como el actual. Y todo este proceso, conlleva la mercantilización de las formas culturales, historia y creatividad intelectual , no desde la óptica de Benoist, pero sí en cuanto a la destrucción de las mismas por parte del liberalismo, especialmente en su expresión neoliberal.
Aunque Alain de Benoist y David Harvey parten de premisas opuestas —el primero desde una ontología comunitarista y el segundo desde el materialismo histórico—, sus críticas convergen en su rechazo al individualismo abstracto como fuerza disolvente de los lazos comunitarios, en su denuncia de la globalización homogeneizante y en su desenmascaramiento del mito del progreso liberal. Sin embargo, sus soluciones son diferentes: mientras De Benoist propone la defensa de las identidades étnicas y culturales frente al universalismo liberal, Harvey aboga por la lucha de clases transnacional y la recuperación de los bienes comunes mediante un proyecto socialista, lo que revela la fractura insalvable entre ambas visiones antiliberales.
Quizás la respuesta resida en una síntesis dialéctica de ambas perspectivas. Frente a la disolución de lo comunitario, se haría necesaria una auténtica emancipación de la clase trabajadora del yugo globalista liberal y su mitología del progreso indefinido. Esta liberación, aunque necesariamente transnacional en su estrategia, permitiría a cada comunidad reconstituir aquellos lazos tradicionales y formas de vida previas a la gran disolución moderna. La solidaridad de clase no anularía la singularidad cultural, sino que crearía las condiciones materiales para su florecimiento auténtico, superando así tanto el universalismo abstracto del liberalismo como los particularismos reaccionarios.
No obstante, para esa respuesta se necesita de una metafísica, una salida vertical, espiritual, porque la horizontalidad, lo material, se queda en lo superficial y sin virtud o una "fe" fundante la civilización se hunde en lo escatológico.