La obra de Curtis Yarvin (Mencius Moldbug) constituye el desarrollo sistemático de la crítica radical a la democracia liberal, reinterpretándola no como un sistema de emancipación (muy cuestionable), sino como mecanismo de dominación disfuncional. Sin embargo, su verdadero significado solo se revela al situarla dentro de lo que Nick Land denominó como la Ilustración Oscura (Dark Enlightenment), un movimiento anti-ilustrado que utiliza las herramientas de la razón contra los proyectos emancipatorios de la modernidad. Esta corriente comparte una intuición común. El proyecto ilustrado —emancipador, igualitario y progresista— habría agotado su potencial y degenerado en una forma de poder burocrático que neutraliza toda soberanía real.
Yarvin diagnostica el presente como dominado por "La Catedral" - una tríada burocrático-académico-mediática que genera un consenso de la modernidad incuestionable. Esta estructura —formalmente descentralizada, pero unificada por valores y discursos comunes— se legitima a sí misma en nombre de la razón, la ciencia o la moral pública, operando como un clero secular.
El concepto de La Catedral dialoga con ideas previas. La “clase clerical” de Alain de Benoist, heredera del pensamiento gramsciano de hegemonía cultural, y la “clase managerial” descrita por James Burnham en The Managerial Revolution (1941). En ambos casos, se señala la consolidación de una élite administrativa y tecnocrática que sustituye la soberanía popular por la gestión impersonal de expertos. Yarvin retoma ese diagnóstico, pero lo lleva a un extremo ontológico. El poder moderno no solo administra, sino que moldea la realidad simbólica, definiendo lo pensable y lo impensable. De ahí que la oposición política, bajo regímenes liberales, sea apenas un ritual permitido por la propia estructura de control.
Para contrarrestarlo, la solución yarviniana -el neocameralismo- propone reconceptualizar el Estado como una "corporación propietaria" gestionada por un CEO soberano cuyo único objetivo es maximizar valor para sus "accionistas-ciudadanos". El gobierno ideal sería el de un CEO soberano, responsable ante los “accionistas-ciudadanos” y con la misión de maximizar el valor del territorio como si se tratara de un activo. La política, en este modelo, se disuelve en pura técnica de administración; la justicia o la igualdad dejan de ser fines, convirtiéndose en variables subordinadas al rendimiento sistémico.
El neocameralismo es, en este sentido, la formalización política del capitalismo gerencial. Si el liberalismo clásico legitimaba el mercado en nombre de la libertad individual, Yarvin lo hace en nombre del orden y la eficiencia, prescindiendo de toda justificación moral o democrática. Aquí el vínculo con la Ilustración Oscura de Nick Land se vuelve evidente. Ambos comparten una racionalidad instrumental extrema, una confianza en las dinámicas del sistema frente a las limitaciones de la deliberación democrática. Sin embargo, hay una diferencia sustancial.
Mientras Land, en su aceleracionismo, apuesta por la disolución del Estado y del sujeto humano en los flujos cibernéticos del capital —una suerte de nihilismo tecnológico—, Yarvin opta por la reconfiguración del poder en torno a estructuras corporativas jerárquicas. Land celebra la desintegración; Yarvin la recentraliza bajo la forma del propietario absoluto. Ambos rechazan el humanismo ilustrado, pero divergen en el modo de administrarlo. Land lo acelera hacia su colapso, Yarvin lo encapsula en una tecnocracia propietaria.
El neocameralismo de Yarvin representa una de las críticas más coherentes -y potencialmente peligrosas- al orden liberal democrático (criticado en esta bitácora aquí). Lejos de ser una mera curiosidad intelectual, constituye la expresión más elaborada de la Ilustración Oscura, un proyecto que utiliza la razón instrumental contra los ideales ilustrados de autonomía y autogobierno. Su influencia en figuras como J.D. Vance, Peter Thiel y diversos círculos trumpistas demuestra su capacidad para articular el malestar de una tecnocracia que, habiendo perdido la fe en la democracia, solo confía en su propia capacidad gerencial. La Ilustración Oscura, en Yarvin, no destruye la razón, sino que la vuelve contra sí misma. En esta destrucción de la razón, de la persona y el humanismo, aparece el sujeto transhumano y una oligarquía, en acuerdo o no con la vieja (ya veremos), que entiende que la Ilustración, modernidad y postmodernidad ha llegado a su agotamiento.
En última instancia, el neocameralismo puede leerse como síntoma y advertencia. Síntoma del desencanto de las élites tecnológicas ante la democracia liberal, y advertencia de un futuro donde la administración sustituya al juicio, y la eficiencia al sentido. La pregunta que Yarvin deja abierta —aunque sin pretenderlo— no es cómo optimizar el poder, sino si aún somos capaces de justificarlo.