El siglo XXI nos muestra que los viejos esquemas de liberación nacional ya no alcanzan. Los movimientos anticoloniales que definieron el siglo XX, salvo en África donde muchos países continúan arrastrando el colonialismo, por ejemplo, francés, con sus consignas de independencia y soberanía formal, han perdido fuerza frente a un mundo donde el verdadero poder no se mide solo bajo la concepción del Estado-Nación moderno, sino en la capacidad de construir un proyecto de Estado-Civilización. Aquí es donde la teoría de la insubordinación fundante, desarrollada por Marcelo Gullo, se convierte en una herramienta esencial para entender —y transformar— la realidad de los Estados periféricos, para aspirar a un umbral de poder capaz de desafiar el imperialismo dominante, que corresponde al imperialismo depredador anglosajón.
Gullo, en La insubordinación fundante: Breve historia de la construcción del poder de las naciones, desmonta el mito de que el desarrollo es un regalo del sistema internacional. Su tesis se fundamenta en que solo aquellos pueblos capaces de combinar una insubordinación ideológica —romper con los relatos que justifican su subordinación— junto con un impulso estatal —políticas concretas de autonomía económica, cultural y política— logran trascender su condición periférica.